lunes, 27 de julio de 2009

Palabras que matan

La palabra a veces mata y nos remata su omisión.
Si encontrarnos:
Si sabernos funcionales para algo-para alguien, de nacer como su cierre de oración,
Si en lo ajeno ya no somos el sonido, ¿bastaría nuestro ego para hallarnos?
Cuando me descubrí ausente en la materialización verbal de mi confín humano más cercano, se me paró el corazón de un golpe brutal: él sabía mi existencia, sabía mi rostro, mis ojos y mi cabello.
Con su voz me lo decía, con el tiempo a cuestas, con sus puros actos de afecto entregado.
Pero vine a descubrir un día que en secreto se jactaba como-sin-mi; autónomo y centrado, como independiente total de conexión entre el cerebro y la mente, como si la transparencia de emociones lo volviera humano, demasiado humano.

¿Qué significa nombrar?
Un post modernista lo puede explicar tranquilo con la más pura crítica a la forma que se impone al contenido: nombrar, significar, re-llenar el receptáculo.
Si es acaso tan terrible, ¿por qué nos gusta tanto?
Significar para el otro un algo, ser nombrados en alguna instancia, en algún lugar común o la más vulgar verborrea.
Yo quería que me nombren –que él me nombre– como aquello que yo era cuando éramos los dos.

¿Qué significa no nombrar?
Un post modernista ingenuo pensaría que es acaso la utopía, el fin de una farsa universal que data del inicio de los tiempos, o la más noble proeza del demiurgo: dotarle de permiso al mundo de existir sin los carteles ni la forma ni el receptáculo.
Si es acaso tan hermoso, ¿por qué nos duele tanto?
Ser para el otro, para el confín humano más cercano como un sonido constante de su boca, o el placer de ser pensados.
Yo quería que me piensen–que él me piense– como aquello que yo era cuando éramos los dos.

...PARA SER, PARA NO DEJAR DE SER.

Y ustedes, que opinan?
Es la palabra lo que nos hace existir en el otro?



sábado, 25 de julio de 2009

Palabras



La palabra abracadabra
para mi, significa nada.


Pero por alguna razón de chica me gustaba mucho, aunque hasta el día de hoy no termino de pronunciarla bien, si se me ocurre decirla de un solo tirón y con afanes seudo chistosos, peor aun, si hubo vino de por medio.

Pero la palabra, como invención a veces, como expresión o silencio, sí que me gusta.

Hace mucho tiempo, en tiempos estudiantes, analizábamos la poesía de Alejandra Pizarnik, poeta argentina de huída temprana y talento envidiable.

Su temática, más alla de los valores universales del odio, amor, pena o demás, parecía por momentos -largos, densos y transparentes- referida, sobre todo, a la palabra.

Era como si de herramienta de expresión, este medio que llamamos palabra, pasara a ser justamente la causa del silencio; como si nombrar impregnara un contenido inamovible, que después hiciera de dicha palabra algo que no transmite, que no nombra, que nos limita.

Pizarnik, en su desesperación, huye de la palabra, la vituperia, nos dice que tiene filo, que mata.

Muerta, finalmente un día -cuando aun no tenía ni cuarenta-, Alejandra nos deja el legado de un proceso de ecepticismo ante la palabra escrita, ante los significados que ya no demuestran las cosas, si no que las configuran y hasta les roban la esencia.

De su nombre, dijo, que era solo un nombre, y que debajo estaba ella.

Para los interesados, recomiendo el libro Poesía Completa de Alejandra Pizarnik, de la editorial Lumen (2005). Esta recopilación incluye los poemarios "La tierra más ajena", "La última inocencia", "Las aventuras perdidas", "Árbol de Diana", "Los trabajos y las noches", "Extracción de la piedra de la locura", y "El infierno musical".

Vale la pena darle una ojeada. En el librero de mi vida, es de los privilegiados.